Por fin
era mi cumpleaños, 23 de abril. Sí, el Día del Libro. Todos los chicos (o casi
todos) tenían sus libros en las manos, parecía que les quemaban. Querían soltarlos
y recibir a un nuevo amigo (o enemigo).
Mª
Carmen lo había ideado todo, con esa lucidez que da la inteligencia de una
amante de la Literatura, y yo, como la mejor auxiliar de vuelo del mundo, me
preparaba para apoyarla. Habíamos llenado los pasillos y las aulas con los
carteles anunciadores que los chavales habían confeccionado: colores, lemas
sorprendentes e ilusión.
Llegó la
“hora 0”. Todas las aulas de Secundaria y Bachillerato comenzaron a bullir:
cada alumno debía explica a sus compañeros por qué traía aquel libro, por qué
quería compartirlo. Lo hacían en pequeños grupos que iban cambiando para que,
de ese modo, muchos futuros clientes se convencieran de las bondades de su oferta,
como si de expertos en “marketing” se tratara. Risas, comentarios, pequeñas
digresiones filosóficas, lecciones de vida y sabor a belleza. ¡Increíble! ¡Hablaban
de sus libros con estusiasmo, con orgullo! Y llegó el gran momento, cada uno
regaló su libro a un compañero y recibió otro nuevo.
“Contra
la crisis, intercambio de libros”. Había triunfado nuestra propuesta. Había triunfado
la Literatura.
Carmen
García Puche
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